Comentario
El arte de la estepa preescita es un arte fundamentalmente geométrico, más o menos complicado pero, en esencia, iconográficamente elemental. A comienzos del I milenio y desde las estribaciones del Cáucaso, surgen experiencias animalísticas que con toda seguridad tendrían algo que ver con el mundo iranio. Pero el verdadero arte animalístico, como escribe K. Jettmar, el que definitivamente va a nutrir al mundo artístico de la estepa durante varios siglos, no es más que una aceleración de desarrollo fruto de un contacto que permitió a los escitas utilizar y apropiarse un rico y distinto repertorio.
A fines del siglo VII a. C., los maestros escitas reunieron motivos nuevos tan dispares como europeos y chinos, aunque el grueso de las nuevas aportaciones vendría del Irán. Confiesa K. Jettmar que la razón de ello es muy simple; que la región más visitada por las gentes de la Transcaucasia era el Irán, donde confluían cimerios, escitas y sakkas. Y ahí también -como ocurriría siglos después en la misma Escitia con los griegos-, grupos de artesanos del país se pusieron al servicio del nuevo conquistador. En resumen, fue una situación de hervor cultural que terminaría originando un estilo peculiar, el animalístico.
Cerca de la ciudad iraní de Sakkez, al suroeste del lago Urmia se levanta la abrupta colina de Ziwiye. En 1947, unos campesinos encontraron ahí por casualidad una especie de sarcófago de bronce, al que ya nos referimos más atrás. Pero existe en los museos tal mezcla de objetos dispares atribuidos al tesoro de Ziwiye, que por fuerza hemos de incluir dos premisas de partida: o las piezas proceden realmente de lugares distintos o, por el contrario y como sugiere K. Jettmar, el tesoro de Ziwiye era el botín de un jefe guerrero que habría participado con éxito en las luchas de fines del siglo VII y comienzos del VI a. C. De ese modo se explicaría la presencia de obras como la estatuilla de un alto funcionario asirio en marfil -con un exacto parecido en el Museo del Iraq-, cerámica vidriada de inconfundible procedencia asiria o plaquitas de marfil del mismo estilo iconográfico. No obstante, tanto R. Ghirshman como E. Porada insistían en una impronta general urartia, sin negar el primero la extracción escita del difunto. Para T. Sufmirski, las piezas más relevantes del ajuar, las más ligadas al supuesto rey, pertenecían al mundo escita. La calidad de aquéllas, la presencia del sarcófago asirio y algunos datos más le han llevado incluso a proponer que el dueño del ajuar podría haber sido el mismo rey Partatua. Entre las obras que marcan época en el arte escita estaría la pátera de plata y oro, con decoración grabada de diez círculos concéntricos. En él vemos sucederse filas de pétalos u hojas, felinos en distintas posturas, liebres, cabezas de aves de rapiña y una roseta en el centro con dieciséis pétalos. Los temas animalísticos serían puramente escitas, según R. Ghirshman, mientras que el espíritu de la composición le recuerda los escudos del Toprak Kalesi urartio.
Al mismo mundo escita debe corresponder también una placa de oro de cinturón, de aspecto global semejante al de los cinturones de Urartu, en el que se mezclan el tema de la red con nudos en forma de cabeza de león, de procedencia urartia, con las filas de ciervos e íbices de pura extracción escita. Otras placas menores de cinturón, con incrustaciones de esmalte, traducirían igualmente los alientos de lo que a partir de ahora será el estilo animalístico.
La manufactura escita de muchos de los objetos Ziwiye parece evidente. No estaría de más recordar, que como escribía R. Ghirshman, el topónimo de la cercana Sakkez evoca extrañamente el nombre usado en el Irán aqueménida para referirse a los escitas: sakkas. En Ziwiye tienen que estar las raíces de gran arte de los siglos VI y V a. C. en las estepas.
Fuera de una forma u otra fecha y aunque algunos grupos siguieran al servicio de los medos, babilonios y aqueménidas, lo cierto es que la mayoría de los escitas debió rebasar el Cáucaso a comienzos del VI. Porque como dice T. Sulimirski, las tumbas de la Escitia, datadas en el curso de los siglos VI y V, descienden claramente del mundo cultural expulsado por los medos.
En la verdadera Escitia, la influencia netamente irania es perceptible ya en los kurganes de comienzos del siglo VI, entre los que destacan Litoï y Kelermes. El primero fue uno de los descubrimientos pioneros de la arqueología rusa. En 1763, el general Melgunov mandó excavar un túmulo de respetable tamaño, el kurgan de Litoï. Los ajuares reunidos asombraron a los incipientes arqueólogos. Junto a piezas de indudable raigambre griega aparecían otras extrañas, de oro desde luego, pero bárbaras en sus temas y en su técnica. Aunque Mulgunov lo ignoraba todavía, en sus manos tenía las primeras obras del arte animalístico escita que, como en la famosa vaina de espada conservada hoy en el Ermitage, extendía por las estepas no pocas experiencias iranias. Al kurgan de Kelermes, de la misma época temprana, corresponde una placa en forma de felino, cuya postura y tipo nos trae a la memoria los animales de las placas de cinturón con incrustaciones de Ziwiye. Y los pequeños ungulados, felinos o liebres del mango de un hacha encontrada en el mismo kurgan, son hermanos de las figuritas escitas representadas en la pátera o en la gran placa de cinturón de Ziwiye.
Un poco posteriores parecen los hallazgos del kurgan de Ulski, en el Kuban, que tal vez se remontan a los aledaños del 500 a. C. Entre los objetos más llamativos hay que señalar los remates de estacas o estandartes, realizados en bronce. Según K. Jettmar, el equilibrio entre las influencias externas y el espíritu nuevo de la estepa se mantuvo durante el siglo VI a. C. Pero luego, poco a poco, se iniciaría una degeneración. Para hacerle frente se habría retornado a las tendencias más antiguas, y eso es precisamente lo que expresan los retratos de bronce de Kuban, con sus animales estilizados y líneas fuertemente geometrizadas. Con seguridad, estas piezas representan un período personalísimo del arte escita.
En las regiones inmediatas al nordeste del Irán, en las estepas cercanas al Aral y a los grandes ríos que en él desembocan, los sakkas vivieron un proceso semejante al de sus hermanos de la Escitia rusa. Nómadas como ellos, sus kurganes dispersos señalan la muerte de sus príncipes. Como los de Alma-Ata, que parecen haber sido los más tempranos -pues se sitúan entre los siglos VII-VI a. C.-, y que aportan muy poca información sobre el arte animalístico; aunque sí lo encontramos en los restos de ofrendas o ritos señalados como tesoros. En el Tesoro del Oxus se manifiesta el horizonte iranio bactriano que sin duda fue una de las fuentes de información icónica de los artesanos sakkas. Pero no la única. Porque aquí, los caminos de la estepa permanecían abiertos también para China.
Al este del mar de Aral, una serie de necrópolis proporcionan ejemplos muy peculiares de arte animalístico de la estepa. Pero más interesantes aún son los ritos funerarios, pues aquí, en las remotas regiones donde nació el Aresta, se encuentran unas curiosas estructuras que, en opinión de K. Jettmar, evocan las inquietantes torres del silencio iranio.
En fin, a los sakkas también se atribuyen unas obras de orfebrería famosas con justicia. Se trata de ciertas piezas correspondientes a la Colección Siberiana de Pedro el Grande, hoy en el Ermitage de Leningrado. En 1716, el gobernador de Siberia, M. P. Gagarin, envió al zar los primeros objetos de oro, a los que seguirían muchos más después. Cuenta M. P. Zavitukhina que la procedencia de los mismos es desconocida, porque un incendio destruyó la documentación guardada en Tobolsk. Pero teniendo en cuenta varios indicios, lo que parece cierto es que los objetos debieron hallarse en kurganes situados al oeste del Altai, en la estepa de Kazakhstan, el ámbito pues de los sakkas. Varias placas de oro se cuentan entre lo mejor del arte animalístico escita, con una iconografía que juega bien con la estética fantástica de una especial zoología. Del mismo ámbito de procedencia son algunas piezas de evidente origen iranio, como recipientes con inscripciones arameas que confirman las relaciones económico-culturales de los dos mundos.
La vecina y más lejana región a la que habría alcanzado la gran onda estética del arte animalístico de la estepa la situamos en el remoto Altai. Los célebres kurganes del Altai, las tumbas heladas que conservaban casi intactos los cuerpos de los difuntos y los más nimios objetos, han sido materia de muchos estudios. Dice L. L. Barkova que los primeros hallazgos se remontan a 1865, cuando V. V. Radlov excavó dos grandes túmulos en el Alto Altai, bajo cuyas piedras los hielos eternos habían protegido de la injuria del tiempo todas las materias orgánicas y putrescibles. En los años veinte de nuestro siglo, la región volvería a ser estudiada por S. I. Rudenko y M. P. Gryaznov, que continuarían en los años cuarenta y cincuenta.
Aunque los datos funerarios son de lo más interesante, bastará decir que nos encontramos ante túmulos reales, como los habituales de la Escitia, de estructura semejante y ritos hermanos. Para el arte que nos ocupa conviene rescatar algo que en el oeste no ha llegado hasta nosotros: la talla de madera. Muebles, recipientes, carros e instrumentos de música habían sido tallados cuidadosamente y decorados con el arte animalístico de la estepa. Pero también textiles, únicos en el mundo, como un gran tapiz que S. I. Rudenko estima fabricado en el Irán, o alfombras, mantas de caballo y colgaduras de fieltro, con apliques en distintos colores, que incluyen las primeras escenas humanas en las que resuenan modelos iraníes. Precisamente las importaciones iranias han permitido datar la mayor parte de los kurganes de Pazyrik durante el período aqueménida.